El hormigón es uno de los materiales más usados en construcción de edificios y grandes infraestructuras por su resistencia y su precio relativamente asequible. Sin embargo, cuenta con un poderoso enemigo: la climatología adversa y los movimientos de tierra.
Y es que antes o después terminan produciéndose las odiadas grietas. Al principio pequeñas fracturas de la superficie, por la que comienza a colsarse el agua. Si ese agua se congela, se expande. Y si ese agua llega a las barras de hierro que dan consistencia a la estructura, comienzan a corroerla y pueden terminar por amenazar la integridad de la construcción.
Así que cerrar esas grietas es la clave para luchar contra la degradación del hormigón, aunque no vale hacerlo de cualquier manera, porque taparlas en la superficie no alivia el problema (sólo lo oculta).
Por eso investigadores de la Universidad de Delft han ideado un compuesto que se añade al hormigón y que utiliza bacterias para que sean estás las encargadas de taponar, de forma autónoma y desde dentro hacia afuera, las grietas.